PRIMERA UNIDAD
La expresión Doctrina Social a primera vista parece que contiene alguna incompatibilidad.
La doctrina connota la idea de principios permanentes, lógicamente estructurados.
Lo social es aquella dimensión de la realidad en constante cambio y llena de contradicciones.
La Iglesia, en fidelidad a su misión, ha asumido con responsabilidad el derecho y el deber de pronunciarse sobre los problemas creados por la realidad social y por los cambios que en ella acontecen.
El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, publicado en el año 2006 por el Pontificio Consejo Justicia y Paz, afirma:
“El cristiano sabe que puede encontrar en la Doctrina Social de la Iglesia los principios de reflexión, los criterios de juicio y las directrices de acción como base para promover un Humanismo integral y solidario. Difundir esta doctrina es por tanto una verdadera prioridad pastoral “(N º 7).
La Doctrina Social de la Iglesia es el conjunto de principios, orientaciones doctrinales, criterios de juicio y líneas de acción, que tiene su fuente en la Sagrada Escritura, en la enseñanza de los Padres de la Iglesia y en el Magisterio, con el fin de iluminar el quehacer de los cristianos en los asuntos temporales, es decir, en la Política, la Economía y la Cultura.
Haciendo un recorrido histórico, según García (1995) “el Papa León XIII habló de filosofía cristiana, de doctrinas sacadas del Evangelio y de la Iglesia. También dijo que en la disciplina social católica, constituida bajo la dirección del Magisterio por sus colaboradores, se aplican a necesidades nuevas los principios inmutables de la doctrina de la Iglesia”.
El Papa Pío XI señaló:” De este modo mostrando el camino y llevando la luz que trajo la encíclica de León XIII surgió una verdadera Doctrina Social de la Iglesia” (Cuadragésimo Anno Nº 20).
A su vez Pío XII dijo que la Iglesia, sociedad universal de los fieles de todas las lenguas y de todos los pueblos, tiene su propia doctrina social.
En el Concilio Vaticano II los obispos del mundo en comunión con el sucesor de Pedro afirmaron: “El magisterio de la Iglesia en recientes documentos ha expuesto la doctrina cristiana sobre la sociedad humana” (Gaudium et Spes Nº 23).
Por su parte, Juan XXIII destacó: “Sin embargo, hoy más que nunca, es necesario que esta doctrina social sea no solamente conocida y estudiada, sino además llevada a la práctica en la forma y en la medida que las circunstancias de tiempo y de lugar permitan o reclamen” (Mater et Magistra Nº 221).
Pablo VI habló de ella como “mediación necesaria para el quehacer cristiano en la sociedad”, agregando que la DSI “entra en contacto con las ciencias sociales que analizan la realidad social y con las ideologías que la transforman, lo cual quiere decir que sirve de mediadora para ayudar a discernir lo válido, lo discutible y lo negativo de las ciencias e ideologías. Estas por sí solas no llegan al misterio íntimo del hombre” (Cf. Introducción a la Doctrina Social de la Iglesia. García, M. 1995).
Juan Pablo II afirmó: “La DSI no es tampoco una Ideología, sino la cuidadosa formulación del resultado de una atenta reflexión sobre las complejas realidades de la vida del hombre en la sociedad y en el contexto internacional, a la luz de la fe y la tradición eclesial.
Su objetivo principal es interpretar esas realidades, examinando su conformidad o indiferencia con lo que el Evangelio enseña acerca del hombre y su vocación terrena y, a la vez, trascendente, para orientar en consecuencia la conducta cristiana. Por tanto no pertenece al ámbito de la ideología, sino al de la Teología y específicamente de la teología moral” (Solicitudo Rei Socialis Nº 41).
Tenemos que distinguir que existe:
Doctrina: Es elaborada por el Magisterio de la Iglesia. Está contenida fundamentalmente en las Encíclicas. Aporta los principios fundamentales.
Enseñanza: Brinda herramientas para el discernimiento y la praxis cristiana. Puede hacerla cualquier bautizado o bautizada, pero debe estar fundamentada en la Doctrina del Magisterio.
Pastoral: Es la puesta en práctica de la caridad cristiana y debe ser ejercida por todos los miembros de la Iglesia.
La DSI es el fruto de la fidelidad de la Iglesia a su tradición y a su constante preocupación de actualización para responder a los desafíos emergentes. Se elimina de este modo la aparente contradicción entre el sustantivo doctrina y el adjetivo social.
La historia de la DSI se inaugura oficialmente con la encíclica Rerum Novarum de León XIII, el 15 de Mayo de 1891.
Posteriormente la gran mayoría de los Pontífices conmemoraron aniversarios de esta trascendental encíclica publicando documentos que recogían la enseñanza de León XIII actualizada a la luz de los “signos de los tiempos”.
Tal es el caso de:
Quadragésimo Anno, de Pío XI (1941)
Radiomensajes, de Pío XII (1941, 1951)
Mater et Magistra, de Juan XXIII ( 1961)
Octogésima Adveniens, de Pablo VI (1971)
Laborem Exercens (1981)
Centésimus Annus de Juan Pablo II (1991)
También son Encíclicas Sociales:
Pacem in Terris, de Juan XXIII (1963)
Populorum Progressio ,de Pablo VI (1965)
Sollicitudo Rei Socialis, de Juan Pablo II (1895)
Una referencia al Sínodo de los Obispos, de 1971, sobre la “Justicia en el Mundo” y también a un número incalculable de pronunciamientos de las conferencias Episcopales, que tratan a la luz de la DSI los problemas específicos de cada país.
La Doctrina Social de la Iglesia tiene su fuente principal en la Palabra de Dios.
Las Sagradas Escrituras nos presentan la imagen de Dios, Padre y Madre creador, que hizo al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza, con una dignidad inviolable (Gn1, 27).
También nos muestra a un Dios que escuchó el clamor de su pueblo oprimido y los acompañó en el proceso de liberación de la esclavitud en Egipto (Ex 3).
Narra cómo el Pueblo de Dios conquistó la tierra prometida y organizó una sociedad basada en principios de fraternidad e igualdad (Lv 25,8-54; Jue 5). Continúa con la voz de los profetas, denunciando las injusticias sociales cometidas contra los pobres, los huérfanos y la viudas (Is 1, 15-17; Mi 2,2; Am 6, 1-8; Jer 1,4-10).
Tiene su vértice más alto en el Nuevo Testamento, con la predicación de Juan el Bautista y principalmente con el mensaje de Jesús, quien desde su nacimiento optó por los pobres (Lc 2, 6-12); llamó bienaventurados a los marginados y excluidos (Mt 5, 3-13), proclamó para ellos la Buena Nueva, el Año de Gracia del Señor (Lc 4, 18-19); centró su misión en la edificación del Reino de Dios (Mt 13), sanó enfermos, dio la vista a los ciegos e hizo andar a los paralíticos (Mt 11, 4-5).
Jesús, el Cristo, se reveló contra las estructuras opresoras (Mc 10,23-25); denunció las injusticias (Lc 6, 24-26) fue crucificado por quienes detentaban el poder político (Jn 19, 1-3), económico (Mc 11, 15-19) y religioso de su época (Mc 14, 1-2); pero venció a la muerte, Resucitó (Mc 16, 1-8) y envió a su grupo de amigos y amigas a anunciar el Evangelio con la palabra y la Vida (Mt 28, 19-20); a ser comunidad de amor y servicio (Jn 15, 12-17) y a construir un mundo nuevo, donde todos tengamos vida en abundancia (Jn 10,10).
Metodología
El método de la DSI se desarrolla en tres tiempos
Esquema tomado de: http://www.pastoralsocialcaritas.or.cr/noticias/comunicado5.htm
En el primer momento, el ver, la DSI hace un análisis de la realidad; parte de la Vida; abre los ojos a los diferentes acontecimientos que tienen lugar en el seno de la historia.
En este análisis se estudian todas las dimensiones de la vida, es decir la economía, la política y la cultura. La primera de estas dimensiones tiene que ver con el “Tener”, la segunda con el “Poder” y la tercera con el “Ser”.
Es decir que la DSI hace un estudio de los acontecimientos históricos y, de manera particular, de las estructuras políticas, económicas y culturales causantes de la injusticia, la desigualdad, la miseria, el hambre, la guerra, en fin, de la anticultura de la muerte. Para ello se apoya en las ciencias sociales.
Vale destacar que la realidad siempre es dinámica, cambiante, por ello la DSI no es estática, ni tiene fórmulas pre-establecidas.
En el segundo momento, juzgar, la realidad es iluminada a la luz de la palabra de dios, para buscar cuál es la voluntad del Señor y qué debemos hacer los cristianos y cristianas
En este momento fundamental, la lectura orante de la palabra permite juzgar los signos de los tiempos, formular criterios de juicio y valorar los acontecimientos históricos. La DSI se coloca a la escucha de la voluntad de Dios. También se ayuda para este análisis crítico con el pensamiento de los Padres de la Iglesia y de los Sumos Pontífices.
El tercer y último momento, actuar, aquí la DSI encuentra el sello que le distingue; puesto que ella no es sólo un conjunto de teorías o verdades de fe, sino también una invitación a la acción transformadora.
Esta responsabilidad de acción recae sobre toda la Iglesia, pero con un énfasis especial en la misión de índole secular que tienen los laicos y laicas, ya que ellos encuentran su santificación a través del ordenamiento de los asuntos temporales, hacia el proyecto de Jesucristo: El Reino. (Lumen Gentium N° 31). Los laicos y laicas son: “Hombres y mujeres del mundo en el corazón de la Iglesia y hombres y mujeres de la Iglesia en el corazón del mundo”.
La DSI convoca a la militancia política en la búsqueda del bien común, al ejercicio de una economía fundamentada en la persona, que garantice una distribución justa y equitativa de los bienes de la tierra y a vivir en la plena libertad y autenticidad.
Las Comunidades Cristianas deben elaborar una síntesis vital entre Evangelio y vida, al animar proyectos alternativos de bienestar social desde una perspectiva de fe.
Este Actuar debe estar inspirado y orientado por unos valores: la libertad, la paz, la verdad, la justicia, la igualdad, la gratuidad y la solidaridad.
El Pensamiento Social de los Santos Padres
Los primeros cristianos, aún renovados por la efusión del Espíritu Santo en Pentecostés, entendieron que la fe en Cristo debía reflejarse en su modo de vivir.
Por ello crearon comunidades donde vivían unidos en justicia e igualdad. En el Espíritu del Año de Gracia que Jesús anunció vendían todos sus bienes y los repartían según las necesidades, compartían el pan, la oración, la fiesta, la vida, lo cual hacía que entre ellos no hubiera pobres (Cf. Hch. 2,42-47; Hch. 4,32-35).
Había una clara coherencia entre la fe que profesaban y la forma como vivían. Mientras el mundo proclamaba que el César (y con él, el imperio Romano) era el Señor, los primeros cristianos, hasta el martirio, gritaban con sus voces y sus vidas: ¡Jesús es el Señor!
Señala la Palabra de Dios que el distintivo de las Primeras Comunidades Cristianas era el Amor: “miren como se aman”.
Años más tarde los Padres de la Iglesia también asumieron el desafío de vivir una fe encarnada en la historia. Por ello iluminaron a la luz de la palabra de Cristo Resucitado los asuntos económicos, políticos y sociales.
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