martes, 30 de septiembre de 2008

DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA: UNIDAD II


Fe y Compromiso Político

A través de su Doctrina Social la Iglesia convoca a los cristianos a asumir la Política como un apostolado, una forma elevada del ejercicio de la caridad.

Los laicos y laicas no pueden eludir su compromiso político, puesto que su vocación específica es dar testimonio del amor de Dios, transformando los asuntos temporales (Cf Lumen Gentium N º 31).


Al respecto el papa Pablo VI señaló:

“Para los fieles laicos, el compromiso político es una expresión cualificada y exigente del empeño cristiano al servicio de los demás” (Octogésima Adveniens Nº 46).

La Gaudium Et Spes reseña:

“Todos los cristianos deben tener conciencia de la vocación propia que tienen en la política. En virtud de esa vocación están todos obligados a dar ejemplo de responsabilidad y de servicio al bien común” (Nº 75).
Afirma el compendio de la DSI que las orientaciones que deben inspirar la acción política de los cristianos son: “la búsqueda del bien común, el desarrollo de la justicia con atención a las situaciones de pobreza y sufrimiento, el principio de la subsidiariedad y la promoción del diálogo y de la paz en el horizonte de la solidaridad” (Nº 564).

El Magisterio de la Iglesia anima a los fieles laicos a asumir cargos de responsabilidad pública y gubernamentales, para servir, en coherencia con su fe, a la conquista de la democracia y el desarrollo integral. Llama a toda la Iglesia a orar para que los políticos cristianos se mantengan firmes en sus valores y no se corrompan.

Sin embargo, advierte: “El cristiano que quiere vivir su fe en una acción política concebida como servicio, no puede adherirse, sin contradecirse a sí mismo, a sistemas ideológicos que se oponen radicalmente o en puntos esenciales a su fe y a su concepción del hombre: ni a la ideología marxista, ni a la ideología liberal” (Octogésima Adveniens Nº 26).

Apuesta por la democracia señalando que “asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus gobernantes, o bien de sustituirlos oportunamente de manera pacífica” (Centesiumus Annus Nº 46). Para la Iglesia una auténtica democracia solo es posible en un estado de derecho (Cf. Centésimus Annus Nº 46). El Catecismo de La Iglesia Católica señala que la participación es “un deber que todos han de cumplir conscientemente, en modo responsable y con vistas al bien común” (Nº 1913-1917).

En ese sentido la DSI se pronuncia a favor de la democracia participativa (Centesimus Annus Nº 46) la cual comporta que los diversos sujetos de la comunidad civil, en cualquiera de sus niveles, sean informados, escuchados e implicados en el ejercicio de las funciones que éste desarrolla (Compendio de la DSI Nº 190). Afirma que el “sujeto de la autoridad política el es pueblo, considerado en su totalidad como titular de la soberanía” (Compendio de la DSI Nº 394).

En relación con los partidos políticos la Guadium et Spes comenta: “Deben promover todo lo que a su juicio exige el bien común; nunca, sin embargo, está permitido anteponer intereses propios al bien común” (Nº 75). Deben ser democráticos en sus estructura interna, capaces de síntesis política y con visión de futuro. La DSI Denuncia la corrupción el clientelismo y el sectarismo existente en la gran mayoría de los partidos políticos.

Voto la DSI precisa: “recuerden los ciudadanos el derecho y el deber que tienen de votar con libertad, para promover el bien común” (Gaudium et Spes Nº 75).


Ahora bien, en relación con el estado se ha de configurar como una organización jurídico institucional, sujeta a derecho (Cf.Pacen in Terris Nº 69), cuya finalidad es el bien común (Cf. Octogésima Adveniens Nº 46).

También es tarea del Estado: “Salvaguardar las condiciones fundamentales de una economía libre, que presupone una cierta igualdad entre las partes, no sea que una de ellas supere totalmente en poder a la otra que la pueda reducir prácticamente a la esclavitud” (Centésimus Annus Nº 15).

Hay que tener cuidado porque muchos regímenes democráticos no son examinados con criterios de justicia y moralidad sino de acuerdo con la fuerza electoral o financiera que los sostiene” Juan Pablo II.
Al destacar una de las características indispensable en un legítimo sistema democrático el Papa Juan XXIII indicó: “Responde a las exigencias de la misma naturaleza humana una organización jurídico-política de las comunidades humanas, fundada en una conveniente división de los poderes” (Pacen in terris Nº 68).

En la Democracia es imprescindible la exigencia de favorecer la participación sobre todo de los más débiles, así como la alternancia de los dirigentes políticos, con el fin de evitar que se instauren privilegios ocultos.

De igual manera, señala: “La acción del estado y de los demás poderes públicos debe conformarse al principio de la subsidiariedad y crear situaciones favorables al libre ejercicio de la actividad económica; debe también inspirarse en el principio de la solidaridad y establecer los límites a la autonomía de las partes para defender a los más débiles” (Centésimus Annus Nº 15).

Al abordar el tema de la autoridad política la enseñanza de la Iglesia considera que “debe garantizar la vida ordenada y recta de la comunidad, sin suplantar la libre actividad de las personas y de los grupos, sino disciplinándola y orientándola hacia la realización del bien común” (Compendio de la DSI Nº 394).


La objeción de conciencia la DSI precisa: “El ciudadano no está obligado en conciencia a seguir las prescripciones de las autoridades civiles si estas son contrarias a las exigencias del orden moral, a los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas del Evangelio” (Catecismo de la Iglesia Católica Nº 2242).

Es importante destacar también que la Iglesia aprueba en casos extraordinarios la rebelión armada contra un dictador, siempre y cuando se cumplan las siguientes condiciones:

En caso de violaciones ciertas, graves y prolongadas de los derechos fundamentales; después de haber agotado todos los otros recursos; sin provocar desórdenes peores; que haya esperanza fundada de éxitos; si es imposible prever razonalmente soluciones mejores” (CIC Nº 2243).


El Principio de la Subsidiariedad

Establece que ninguna unidad social de orden superior puede realizar lo que una de orden inferior puede y deba hacer por sí misma. Pío XI afirmó: “Es necesario que la autoridad suprema del Estado deje a las asociaciones inferiores resolver aquellos asuntos de importancia menor, en los cuales de otra manera se desgastaría notablemente” (Quadragésimo Anno Nº 79).

Algunos criterios que surgen de este principio, según afirman los obispos mexicanos en su Directorio para la Pastoral Social son:

La ayuda que se preste a las personas y a los grupos menores debe hacerse sin daño, sin atrofiar, sin sustituir la iniciativa, la libertad y la responsabilidad de estas células menores de la sociedad. Desde esta perspectiva deben cuestionarse las ayudas que se ofrecen bajo las formas de paternalismo y asistencialismo, pues al generar vínculos de dependencia, atrofian la subjetividad social.

Debe evitarse la excesiva centralización de las funciones públicas, que derivan en una excesiva burocracia, que implica un exceso de presencia del Estado y del aparato público en la vida y organización de las instancias menores que tienen derecho a ser respetadas, promovidas y valoradas en sus opciones fundamentales y en todo aquello que no deben delegar y que nadie puede asumir por ellas.

Cuando sea necesaria la intervención supletoria de las instancias superiores ésta debe limitarse a lo esencial, es decir no debe prolongarse más allá de lo estrictamente necesario, pues sólo se justifica por lo excepcional de la situación (269).

El Nuevo Nombre de la Paz es el Desarrollo

El tema de la paz es abundantemente abordado en la Doctrina Social de la Iglesia. La Revelación Bíblica indica que la paz es mucho más que la simple ausencia de guerra: representa la plenitud de la vida (Cf. Ml 2,5) y es fruto de la justicia social (cf. is. 32,17). Señala el Compendio de la DSI: “La Paz peligra cuando al hombre no se le reconoce aquello que le es debido en cuanto hombre, cuando no se respeta su dignidad y cuando la convivencia no está orientada al Bien Común” (Nº 494). Por ende, la DSI afirma el respeto a los Derechos Humanos como la base de la paz.

El Papa Juan Pablo II en su encíclica Sollicitudo Rei Socialis dijo: “La Paz sólo se alcanzará con la realización de la justicia social y además con la práctica de las virtudes que favorecen la convivencia y nos enseñan a vivir unidos, para construir juntos, dando y recibiendo, una sociedad nueva y un mundo mejor” (Nº 39).

Desafortunadamente, en contraposición con el anhelo de la paz, la violencia azota a la humanidad entera dejando una dolorosa estela de muerte, desplazamientos forzosos, destrucción, hambre y miseria. En relación con un tema de gran actualidad como lo es el terrorismo la DSI denuncia: “es una de las formas más brutales de violencia que actualmente perturba a la comunidad internacional, pues siembra odio, muerte, deseo de venganza y represalia” (Catecismo de la Iglesia Católica Nº 2297).

Para la Iglesia el terrorismo se debe condenar de la manera más absoluta, puesto que manifiesta un desprecio total de la vida humana y ninguna motivación puede justificarlo, en cuanto que el hombre es siempre fin y nunca medio. La Doctrina católica destaca que es “una profanación y una blasfemia proclamarse terrorista en nombre de Dios” (Juan Pablo II. Discurso a representantes del mundo de la cultura y la ciencia.2001).


La Guerra

No se debe permitir que la tragedia de una guerra mundial, con sus ruinas económicas y sociales y sus aberraciones y perturbaciones morales, caiga por tercera vez sobre la humanidad” (Pio XII. Radiomensaje 1941).


Nada se pierde con la paz, todo se pierde con la guerra” (Pío XII. Radiomensaje de 1939).


Nunca más los unos contra los otros, nunca más, nunca más la guerra, nunca más” (Pablo VI. Discursos ante las Naciones Unidas. 1965).

La Iglesia señala que debe denunciarse la utilización de niños y adolescentes como soldados en conflictos armados y el uso de armas de destrucciòn masiva, biológicas, químicas y nucleares (Compendio de la DSI Nº 509/ 512).
La DSI reconoce el derecho de una nación a la legítima defensa cuando es agredida militarmente, sin embargo afirma: “No se puede olvidar que « una cosa es utilizar la fuerza militar para defenderse con justicia y otra muy distinta querer someter a otras Naciones. La potencia bélica no legitima cualquier uso militar o político de ella. Y una vez estallada la guerra lamentablemente, no por eso todo es lícito entre los beligerantes “ (500)

Al abogar por la conquista de la Paz la Iglesia también urge a la humanidad a conquistar el desarrollo integral para todos los pueblos.


Pablo VI sentencia con voz profética que el desarrollo es el nuevo nombre de la Paz (Populorum Progressio Nº 87). Subraya la DSI que el Desarrollo es pasar de condiciones infrahumanas a condiciones más humanas (PP Nº 20).


Así como la DSI rechaza la explotación de los ricos a los más pobres, de los patronos a los obreros y de los terratenientes a los sin tierra, aborda también el tema de las relaciones internacionales, abogando a favor de los países subdesarrollados, sometidos al peso de la explotación imperialista. Exige una distribución equitativa de los recursos.

La Populorum Progressio denuncia que las naciones altamente industrializadas exportan productos elaborados y los subdesarrollados solamente materias primas; y mientras que los primeros aumentan rápidamente de valor, los precios de las materias primas sufren muy pocas variaciones y muy lejos de aquellas.


De igual forma, Pablo VI denuncia en la Populorum Progressio que los pueblos pobres permanecen siempre pobres y los ricos se hacen cada vez más ricos. El pensamiento y la praxis sociales de la Iglesia señalan como causantes del sub desarrollo, la pobreza y la degradación de los seres humanos a las estructuras de pecado, que son las situaciones permanentes de injusticia (Sollicitudo Rei Socialis Nº 36), que se alimentan del pecado social, es decir del que se comete contra los derechos humanos y el bien común (Compendio de la DSI Nº 117-119).

Asimismo, la Iglesia exige aliviar o cancelar la deuda externa de los países pobres pidiendo que se tenga presente, además, la situación de las naciones penalizadas por las reglas de un comercio internacional injusto, en los que la persistente escasez de capitales se agrava, con frecuencia por el peso de la citada deuda.

Precisa el Magisterio Católico que la Deuda Externa se traduce en hambre, miseria, gracias a un mecanismo perverso de explotación y usura, por medio del cual los países pobres deben pagar en intereses mucho más de lo que recibieron en préstamo y siempre siguen como deudores (Cf. Compendio de la DSI Nº 450).

El Consejo Episcopal Latinoamericano viene realizando grandes esfuerzos a favor de la condonación de la deuda externa de los países más pobres, especialmente durante el Jubileo del Año 2000, en la perspectiva bíblica del Año de Gracia (Cf Dt 15; Lv 25).

La deuda es Eterna. Además los Organismo Multilaterales (Banco Mundial, FMI) exigen a los países deudores el cumplimiento de las llamadas “recetas neoliberales” que someten a la población a duras restricciones económicas y deterioran su calidad de vida.

También rechaza los tratados del comercio internacional que a causa de políticas proteccionistas, discriminen los productos procedentes de los países pobres y obstaculicen el crecimiento de actividades industriales y la transferencia de tecnología hacia esos países (Sollicitudo Rei Socilis Nº 43).


Ni Capitalismo Salvaje ni Comunismo Totalitario

Tal como sucedió a finales del siglo XVIII hoy la Iglesia debe responder a las “cosas nuevas”, iluminando esas “res novae” a la luz de la fe, para orientar el quehacer de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, en función de la construcción del Reino de Dios. Ya León XIII en 1891 debió ayudar a la humanidad a discernir, frente a los múltiples flagelos sociales que azotaban a la clase obrera, sobre las opciones que presentaban el capitalismo y el comunismo.

En la actualidad, décadas después de la caída del bloque comunista, cuando en el mundo entero se pregona la victoria definitiva del Capitalismo y paradójicamente en América Latina surgen con fuerza opciones políticas vinculadas a la izquierda, que apuestan por el llamado socialismo del siglo XXI, la Iglesia, en fidelidad a su misión evangelizadora, aporta su palabra orientadora, con base en su Doctrina Social.

“La doctrina social de la Iglesia asume una actitud crítica tanto ante el capitalismo liberal como ante el colectivismo marxista” (Sollicitudo Rei Socialis Nº 21). La Iglesia, a través de su Doctrina Social, ha hecho una fuerte crítica al capitalismo, al cual Juan Pablo II calificó de “salvaje”.

Poco después de la revolución industrial, en los albores de la DSI, el Papa León XIII denunció: “un número sumamente reducido de opulentos y adinerados ha impuesto poco menos que el yugo de la esclavitud a una muchedumbre infinita de proletarios” (Rerum Novarum Nº 1).


En la Quadragésimo Anno se afirma: “Consecuencias del espíritu individualista en el campo económico han sido: la ambición desenfrenada de poder, que es como la culminación del deseo de lucro; el envilecimiento de la dignidad del estado entregado a las ambiciones humanas como resultado de una confusión entre las atribuciones del poder público y la economía” (Nº 109).

“La sola iniciativa individual y el simple juego de la competencia no serían suficientes para asegurar el éxito del desarrollo. No hay que arriesgarse a aumentar todavía más la riqueza de los ricos y la potencia de los fuertes, confirmando así la miseria de los pobres y añadiéndola a la servidumbre de los oprimidos”, cita la Populorum Progressio(Nº 33).

La Iglesia se opone a un sistema “que cree exaltar la libertad individual sustrayéndola de toda limitación, estimulándola con la búsqueda exclusiva del interés y del poder, y considerando las solidaridades sociales como consecuencia más o menos de las iniciativas individuales y no ya como un fin y motivo primario del valor de la organización social” (Octogésima Adveniens Nº 26).

La Iglesia ha alertado con preocupación: “Se asiste a una renovación de la ideología liberal. Esta corriente se apoya en el argumento de la eficiencia económica, en la voluntad de defender al individuo contra el dominio cada vez más invasor de las organizaciones, y también frente a las tendencias totalitarias de los poderes políticos. … En su raíz misma el liberalismo filosófico es una afirmación errónea de la autonomía del ser individual en su actividad, sus motivaciones, el ejercicio de su libertad” (Octogésima Adveniens Nº 35). “En este sentido se puede hablar justamente de lucha contra un sistema económico, entendido como método que asegura el predominio absoluto del capital, la posesión de los medios de producción y la tierra, respecto a la libre subjetividad del trabajo del hombre” (Centèsimus Annus Nº 35).

Juan Pablo II recalca: “si por capitalismo se entiende un sistema en el cual la libertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso” (Centèsimus Annus Nº 42).

Precisa también los riesgos y los problemas relacionados con la economía de libre mercado: “De hecho, hoy muchos hombres, quizá la gran mayoría, no disponen de medios que les permitan entrar de manera efectiva y humanamente digna en un sistema de empresa, donde el trabajo ocupa una posición realmente central. No tienen posibilidad de adquirir los conocimientos básicos, que les ayuden a expresar su creatividad y desarrollar sus capacidades... Ellos son marginados ampliamente y el desarrollo económico se realiza, por así decirlo, por encima de su alcance, limitando incluso los espacios ya reducidos de sus antiguas economías de subsistencia” (Centèsimus Annus Nº 33).

“He ahí un nuevo límite del mercado: existen necesidades colectivas y cualitativas que no pueden ser satisfechas mediante sus mecanismos; hay exigencias humanas importantes que escapan a su lógica; hay bienes que, por su naturaleza, no se pueden ni se deben vender o comprar. Ciertamente, los mecanismos de mercado ofrecen ventajas seguras… no obstante, conllevan el riesgo de una «idolatría» del mercado, que ignora la existencia de bienes que, por su naturaleza, no son ni pueden ser simples mercancías” (Centèsimus Annus Nº 40).




“El modelo neoliberal afecta principalmente a los más pobres y se ha convertido en un agravante de los problema sociales que azotan a la población”. (Santo Domingo Nº 181).

Para la Iglesia el Capitalismo:

“Cae en la idolatría de la riqueza. Es una idolatría” (Puebla Nº 542).

“Genera del Imperialismo internacional del dinero”(Populorum Progressio Nº 26).

“Está marcado por el pecado” (Puebla Nº 92).

“El hombre para al liberalismo-capitalista es un simple instrumento” (Laborem Exercens Nº 15).
Asimismo, la Iglesia cuando hace una valoración ética de la economía de empresas, propia del sistema capitalista, resalta: “La moderna economía de empresa comporta aspectos positivos, cuya raíz es la libertad de la persona, que se expresa en el campo económico y en otros campos (Centèsimus Annus Nº 33)”.

Juan Pablo II en la Centèsimus Annus precisa que la Iglesia apoya un “sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios productivos, de la libre creatividad humana en el sector de la economía… quizá sería más apropiado hablar de “economía de empresa”, “economía de mercado” o simplemente de “economía libre” (42)

La DSI rechaza también con suma contundencia las soluciones comunistas que pretenden acabar con la propiedad privada de los medios de producción y promueven la lucha de clases como única forma de arrebatar a la burguesía el poder económico y político (Rerum Novarun Nº 14-15).

No puede la Iglesia “comulgar” con un modelo que niegue la existencia de Dios y rechace la dimensión religiosa y trascendente del ser humano.



Pío XI en la Divini Redemptoris dijo: “El comunismo despoja al hombre de su libertad, por consiguiente de su moral y de su dignidad” (Nº 9). “Propone la violencia, defiende una falsa Libertad. Sólo busca el bienestar material (Quadragésimmo Anno Nº 119).

“El marxismo es en primer lugar el ejercicio colectivo de un poder político y económico bajo la dirección de un partido único que se considera, él solo, expresión y garantía del bien de todos, arrebatando a los individuos y a los demás grupos toda posibilidad de iniciativa y de elección” (Octogésima Adveniens Nº 33). Juan Pablo II en la Laborem Exercens se pronuncia en contra del colectivismo marxista indicando que los grupos inspirados en esa ideología tienden, en función del principio de la dictadura del proletariado, a monopolizar el poder”(Cf Nº 11).


El modelo comunista propone la eliminación de la Propiedad Privada, al respecto la Iglesia señala:

“En la Rerum novarum León XIII afirmaba enérgicamente y con varios argumentos el carácter natural del derecho a la propiedad privada, en contra del socialismo de su tiempo. Este derecho, fundamental en toda persona para su autonomía y su desarrollo, ha sido defendido siempre por la Iglesia hasta nuestros días. Asimismo, la Iglesia enseña que la propiedad de los bienes no es un derecho absoluto, ya que en su naturaleza de derecho humano lleva inscrita la propia limitación. A la vez que proclamaba con fuerza el derecho a la propiedad privada, el Pontífice afirmaba con igual claridad que el «uso» de los bienes, confiado a la propia libertad, está subordinado al destino universal de los bienes creados y también a la voluntad de Jesucristo, manifestada en el Evangelio” (Centèsimus Annus 30).

Frente a la tendencia del modelo comunista de suprimir la libre iniciativa empresarial, el Compendio de la DSI indica: “La libertad de la persona en el campo económico es un valor fundamental y un derecho inalienable que hay que promover y tutelar. Cada uno tiene el derecho de iniciativa económica, y podrá usar legítimamente de sus talentos para contribuir a una abundancia provechosa para todos, y para recoger los justos frutos de sus esfuerzos. La experiencia nos demuestra que la negación de tal derecho o su limitación en nombre de una pretendida “igualdad” de todos en la sociedad reduce o, sin más, destruye de hecho el espíritu de iniciativa, es decir, la subjetividad creativa del ciudadano” ( Nº 336).

En cuanto a un tema muy desarrollado en las propuestas socialistas, como lo es la propiedad de los medios de producción y su vinculación con el trabajo la Laboren Excersen afirma: “Estos no pueden ser poseídos contra el trabajo, no pueden ser ni siquiera poseídos para poseer, porque el único título legítimo para su posesión y esto ya sea en la forma de la propiedad privada, ya sea en la de la propiedad pública o colectiva, es que sirvan al trabajo; consiguientemente que, sirviendo al trabajo, hagan posible el destino universal de los bienes y el derecho a su uso común” (Nº 14).

“La propiedad de los medios de producción, tanto en el campo industrial como agrícola, es justa y legítima cuando se emplea para un trabajo útil; pero resulta ilegítima cuando no es valorada o sirve para impedir el trabajo de los demás u obtener unas ganancias que no son fruto de la expansión global del trabajo y de la riqueza social, sino más bien de la explotación ilícita, de la especulación y de la ruptura de la solidaridad en el mundo laboral. Este tipo de propiedad no tiene ninguna justificación y constituye un abuso ante Dios y los hombres” (Centésimus Annus Nº 43).

Diferencia la Iglesia entre la propuesta del colectivismo que coloca toda la propiedad en manos del estado y la “socialización de la propiedad” que busca la distribución de los bienes acumulados entre quienes carecen de ellos, de manera tal que puedan acceder a la propiedad (CF Laboren Excersen Nº 14).

La meta no es un Estado todopoderoso, que monopolice el poder y la propiedad, como en el sistema comunista; pero tampoco un Estado que no intervenga en la sociedad, dejando actuar sin regulación alguna a las fuerzas del mercado, como exigen las propuestas neoliberales.


La Iglesia apuesta por un modelo económico que “reconozca el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios productivos” (Centésimus Annus Nº 42), pero que esté subordinado a los principios de la moral cristiana y garantice el bienestar para “todos” los hombres y mujeres y no sólo para una minoría privilegiada.

Pablo VI señaló que un sistema político y económico debe ayudar al hombre a “verse libres de la miseria, hallar con mayor seguridad la propia subsistencia, la salud, una estable ocupación; participar con más plenitud en las responsabilidades, mas fuera de toda opresión y lejos de situaciones ofensivas para la dignidad del hombre; tener una cultura más perfecta, en una palabra, hacer, conocer y tener más para ser también más” (PP Nº 6).


Globalizar La Solidaridad

La Doctrina Social le permite a la Iglesia iluminar realidades nuevas y cambiantes, a la luz de principios permanentes, orientándolas siempre hacia la consecución del Bien Común. Tal como lo afirmó el teórico de la Comunicación Marshal Macluhan: “el mundo se ha convertido en una Aldea Global”.

La globalización es un fenómeno socio cultural y económico que ha rebasado las barreras del tiempo y el espacio, dejando una estela de luces y sombras sobre la humanidad.

El avance tecnocientífico y los Medios de Comunicación Social han sido los grandes aliados de esta era global. La Iglesia del Siglo XXI no puede quedar al margen ni silente frente a esta realidad.


“Nuestro tiempo está marcado por el complejo fenómeno de la globalización económico-financiera, esto es, por un proceso de creciente integración de las economías nacionales, en el plano del comercio de bienes y servicios, en el que un número cada vez mayor de operadores asumen un horizonte global”, señala el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia al abordar las “res novae” en la economía (Nº 361).


Como elemento positivo de la Globalización la Iglesia señala que “puede producir efectos potencialmente beneficiosos para toda la humanidad: entrelazándose con el desarrollo de las telecomunicaciones, el crecimiento de las relaciones económicas y financieras ha permitido la reducción de los costos de las comunicaciones y una aceleración en el proceso de extensión a escala planetaria de los intercambios comerciales y de las transacciones financieras” (Compendio de la DSI Nº 362).

Destacan los Obispos Latinoamericanos: “Muchas personas en los países empobrecidos han mejorado su acceso al conocimiento en general y sobre todo al de la tecnología de punta”. “La aplicación de las computadoras en procesos productivos y en la creación de nuevas industrias (electrónica, robótica y biotecnología) es otro fruto global” (Globalización y Nueva Evangelización en AL. 2003).


A su vez, el Consejo Episcopal Latinoamericano denunció en el documento “Globalización y Nueva Evangelización en América Latina y el Caribe”:

”La diferencia entre países ricos y países pobres es mayor que antes; mientras unos países crecen, otros están estancados y muchos otros se encuentran en una gravísima situación de declive económico.

El mercado laboral está subvaluado y deprimido, restringido por las emigraciones controladas por los países prósperos y sujeto a toda clase de distorsiones de la oferta-demanda. Así, para poder competir se globaliza la miseria laboral, o se globaliza el desempleo; en ambos casos, se deprimen salarios y prestaciones sociales, el mercado interno local, a favor de los grandes capitales.

La investigaciones científicas nos hablan de una progresiva y amenazante degradación ambiental: está cambiando el clima global, se está deteriorando la capa de ozono, se está atentando contra la biodiversidad” (Nº 61).

En el campo político, desde el fenómeno de la globalización, el magisterio católico señala que “la presencia de una autoridad pública internacional al servicio de los derechos humanos, de la libertad y de la paz, no sólo no se ha logrado aún, completamente, sino que se debe constatar por desgracia la frecuente indecisión de la comunidad internacional sobre el deber de respetar y aplicar los derechos humanos” (Juan Pablo II Discurso a los miembros de la Pontifica Academia de las Ciencias Sociales. 2002).

Frente a esta realidad exhortó el Papa Juan Pablo II: “El crecimiento del Bien Común exige aprovechar las nuevas ocasiones de redistribución de la riqueza entre las diversas áreas del planeta, a favor de los más necesitados, hasta ahora excluidas o marginadas del progreso social y económico” (Discurso a los miembros de la Fundación Centésimus Annus. 1998). La Iglesia nos hace un llamado urgente a globalizar la solidaridad. A convertirnos en los nuevos “samaritanos”, a levantar a los países caídos victimas de los modelos que han colocado a la economía por encima del hombre, que han alienado culturalmente y han dominado política y militarmente a los pueblos desvalidos.

“La obligación de empeñarse por el desarrollo de los pueblos no es un deber solamente individual, ni mucho menos individualista, como si se pudiera conseguir con los esfuerzos aislados de cada uno. Es un imperativo para todos y cada uno de los hombres y mujeres, para las sociedades y las naciones, en particular para la Iglesia católica y para las otras Iglesias y Comunidades eclesiales, con las que estamos plenamente dispuestos a colaborar en este campo”.
(Sollicitudo Rei Sociali Nº 32 ).



La Famiia

La opción por la construcción de una nueva sociedad exige e implica la defensa y promoción de la familia, como célula fundamental de todo ordenamiento social.

El Concilio Vaticano II, a través de la Gaudium et Spes destacó que es evidente que el bien de las personas y el buen funcionamiento de la sociedad están estrechamente relacionados con “la prosperidad de la comunidad conyugal y familiar” (N º 47) . Por su parte, el papa Juan Pablo II en la Encíclica Centésimus Annus señaló: “la primera estructura fundamental a favor de la ecología humana es la familia, en cuyo seno el hombre recibe las primeras nociones sobre la verdad y el bien; aprende qué quiere decir amar y ser amado y por consiguiente qué quiere decir en concreto ser una persona” (N º 39).


En la Christifideles Laici expresó que la Familia debe ser “cuna de la Vida y del amor” (Nº 469). También le llama “Santuario de la Vida” (Cf. Evangelio de la Vida). El Catecismo de la Iglesia Católica afirma que en la familia se debe inculcar desde los primeros años de vida los valores morales, transmitir el patrimonio espiritual de la comunidad religiosa y el patrimonio cultural de la nación, aprender las responsabilidades sociales y la solidaridad ( Cf. Nº 224). Juan Pablo II en la Familiaris Consortio dice:“En la familia debe reservarse una atención espacialísima al niño desarrollando una profunda estima por su dignidad personal, así como un gran respeto y un generoso servicio a sus derechos. Esto vale para todo niño, pero adquiere una urgencia singular cuando el niño es pequeño y necesita de todo, está enfermo, delicado o es minusválido” (Nº 111-112).
De igual forma, resalta que el amor se expresa también mediante la atención esmerada a los ancianos que viven en la familia, puesto que su presencia supone un gran valor. “Se trata no sólo de hacer algo por los responsables, con modalidades que lo hagan realmente posible, como agentes de proyectos compartidos” (Juan Pablo II. Mensaje a la II Asamblea Mundial sobre el



Dada la importancia de la Familia la DSI denuncia que contra ella atentan muy diversos flagelos como la pobreza, la falta de vivienda, el hacinamiento, la desunión, la falta de comunicación, la violencia intrafamiliar, la infidelidad, el machismo, entre otros. Sobre el divorcio la DSI subraya: “la naturaleza del amor conyugal exige la estabilidad de la relación matrimonial y su indisolubilidad” (Compendio de la DSI Nº 235). La Caridad cristiana exige acompañar pastoralmente con tolerancia y acogida a los divorciados.
Destaca el Compendio de la DSI que “ha de afirmarse la prioridad de la familia respecto a la sociedad y al Estado. La familia no está, por lo tanto, en función de la sociedad y del Estado, sino que la sociedad y el Estado están en función de la familia. Todo modelo social que busque el bien del hombre no puede prescindir de la centralidad y de la responsabilidad social de la familia. La sociedad y el Estado, en sus relaciones con la familia, tienen la obligación de atenerse al principio de la subsidiariedad” (Nº 214).


La Clonación Humana

“Una cuestión de particular importancia social y cultura, por las múltiples y graves implicaciones morales que presenta es la clonación humana, término que de por sí, en sentido general, significa reproducción de una entidad biológica genéticamente idéntica a la originalmente” (Compendio de la DSI Nº 236).

Al respecto, el papa Juan Pablo II en su discurso a la Pontificia Academia para la Vida denunció: “la clonación es contraria a la dignidad de la procreación porque se realiza en ausencia total del acto del amor personal, tratándose de una reproducción agámica y asexual” (21 de febrero de 2004).

Vale precisar que “la simple replicación de células normales o de porciones del ADN no presenta problemas particulares” (Compendio de la DSI Nº 236).

Sobre la transplante de órganos la Iglesia señala que es “conforme a la ley moral si los daños y los riesgos físicos y síquicos que padece el donante son proporcionados al bien que se busca para el destinatario.

La donación de órganos después de la muerte es un acto noble y misericordioso, que debe ser alentado como manifestación de solidaridad generosa. Es inadmisible si el donante o sus legítimos representantes no han dado su autorización” (Catecismo de la Iglesia Católica Nº 2296).

La Mujer: Igualdad de Derechos y Oportunidades

La principal fuerza evangelizadora y de compromiso con la promoción humana en la Iglesia son las mujeres.

El Concilio Vaticano II anunció con mirada profética: “Llega la hora, ha llegado la hora cuando la vocación de la mujer adquiere en el mundo una influencia, un peso, un poder jamás alcanzado hasta ahora. Por eso en este momento en que la humanidad conoce una mutación tan profunda, las mujeres llenas del Espíritu del Evangelio pueden ayudar tanto a que la humanidad no decaiga” (Mensaje del Concilio a las mujeres 1966).



La Iglesia por medio de su Doctrina Social le recuerda a la humanidad que “el hombre y la mujer tienen la misma dignidad y son de igual valor” (Catecismo de la Iglesia Católica Nº 2334). De allí la exigencia de que exista igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres (Cf. Octogésima Adveniens Nº 13).

Condena el machismo que somete a la mujer al dominio irracional del hombre, quien la considera no como un complemento, sino como su “posesión”, lo cual le permite maltratarla física y sicológicamente. La estructura machista de la sociedad latinoamericana avala que el hombre niegue a la mujer sus derechos a participar en la vida económica, política, social y eclesial y a asumir un rol protagónico en la consecución del bienestar integral para ella, su grupo familiar y aportar al desarrollo social.

Constatamos con dolor que miles de mujeres diariamente son víctimas de la violencia intrafamiliar, pecado que clama al cielo. La Iglesia exhorta a la mujer a defender su dignidad, a no dejarse golpear, a denunciar a su agresor y a hacer valer los derechos contemplados en las leyes nacionales.

De igual modo condena la instrumentalización de la mujer como objeto sexual. Censura la prostitución y la “trata de blancas” (Compendio de la DSI Nº 158). Asimismo, afirma: “El genio femenino es necesario en todas las expresiones de la vida social; por ello se ha de garantizar la presencia de la mujer en el ámbito laboral” (Compendio de la DSI Nº 295).


“Verdadera promoción… exige que el trabajo se estructure de manera que la mujer no deba pagar su promoción con el abandono del carácter específico propio y en perjuicio de la familia, en la que como madre tiene un papel insustituible” (Laboren Excersen Nº 19). La Familiaris Consortio se pronuncia a favor de “la urgencia de un efectivo reconocimiento de los derechos de la mujer en el trabajo, especialmente en los aspectos de retribución, la seguridad y la previsión social” (Nº 109-110).


Defensa de los Derechos de las Personas Privadas de Libertad

Santa Teresa desde su profunda experiencia de encuentro con Dios nos recordó que al atardecer de la vida nos examinará el amor. El propio Jesús al presentar el criterio esencial para heredar el Reino, durante el Juicio Final, nos exige descubrir su rostro en los hermanos que sufren. Uno de ellos, en quienes están en la cárcel (Cf. Mt 25, 35-36).

Por muy escandaloso que parezca, los cristianos y cristianas deben amar al prójimo, sin importar su condición moral ni su conducta. Es la condición de necesitados la que convoca a nuestra solidaridad. Una vez más la firme posición de la Iglesia sobre la Dignidad de la Persona Humana, la cual no se pierde bajo ninguna circunstancia.

Cada preso es mi hermano, es mi hermana. En coherencia la Doctrina Social de la Iglesia exhorta a realizar una presencia evangelizadora en el mundo carcelario, promoviendo la conversión, la liberación integral y la defensa de los derechos Humanos, de las personas privadas de su libertad. Según lo establece el Catecismo de la Iglesia Católica “para tutelar el bien común la autoridad pública legítima tiene el derecho y el deber de conminar penas proporcionales a la gravedad del delito” (Nº 2243). Destaca el Compendio de la DSI que el “Estado tiene la doble tarea de reprimir los comportamientos lesivos de los derechos del hombre y de las reglas fundamentales de la convivencia civil y remediar, mediante el sistema de las penas, el desorden causado por la acción delictiva” (Nº 402).

Ahora bien, “la pena no sirve únicamente para defender el orden público y garantizar la seguridad de las personas; ésta se convierte, además en instrumento de corrección del culpable, una corrección que asume también el valor moral de expiación” (Catecismo de la Iglesia Católica Nº 226). En ese particular, para la DSI infligir penas a quienes cometen delitos tiene una doble finalidad: por una parte favorecer la reinserción de las personas condenadas y por la otra, promover una justicia reconciliadora, capaz de restaurar las relaciones de convivencia armoniosas rotas por el acto criminal” (Compendio de la DSI Nº 403).


Sin embargo, denuncia el Pontificio Consejo Justicia y Paz: “Lamentablemente las condiciones en la que los reos cumplen su pena, no favorecen siempre el respeto de su dignidad. Con frecuencia las prisiones se convierten incluso en escenario de nuevos crímenes” (Compendio de la DSI Nº 403).

En relación con el sistema judicial destaca: “la actividad de los entes encargados de las averiguaciones de la responsabilidad penal, que es siempre de carácter personal, ha de tender a la rigurosa búsqueda de la verdad y se ha de ejercer con respeto pleno de la dignidad y de los derechos de la persona humana. No se puede aplicar una pena si antes no se ha probado el delito” (Compendio de la DSI Nº 404). De igual manera, “se ha de asegurar la rapidez de los procesos: una duración excesiva de los mismos resulta intolerable para los ciudadanos y termina por convertirse en una verdadera injusticia” (Juan Pablo II a la Asociación Italiana de Magistrados. 2000).



Comunicación al Servicio de la Vida

Comunicación y Comunión tienen una misma raíz. La Koinonía descifra el anhelo del hombre por hacerse uno con el otro, en la búsqueda del bien común. Podemos parafrasear al filósofo: “Comunico, luego existo”. Comunicación es compartir, tejer lazos, romper barreras de tiempo y espacio, es el intercambio de mensajes que permiten acceder a la información, al conocimiento, a la Verdad.


El Magisterio Pontificio a través de diversos documentos ha destacado que los medios de comunicación pueden ser “maravillosos instrumentos” para promover el desarrollo humano, la difusión de valores culturales y garantizar el acceso de todos y todas a la La Iglesia en su proceso de agiornamento iniciado en el Concilio Vaticano II, abordó la realidad de los Massmedia con su decreto Inter Mirífica: “Los medios de comunicación social se deben utilizar para edificar y sostener a comunidad humana, en los diversos sectores, económico, político, cultural, educativo y religioso” (Nº 146).


“La información de estos medios es un servicio del Bien común. La sociedad tiene derecho a una información fundada en la verdad, la libertad, la justicia y la solidaridad”, reseña el Catecismo de la Iglesia Católica (Nº 2494). Sin libertad de expresión no hay democracia.
El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia precisa: “En el mundo de los medios de comunicación social las dificultades intrínsecas de la comunicación frecuentemente se agigantan a causa de la ideología, del deseo de ganancia y de control político, de las rivalidades y conflictos entre grupos y otros males sociales” (Nº 416).

Constatan nuestros pastores que no pocas veces los medios de Comunicación son utilizados totalmente divorciados de la ética, lo cual los convierte en difusores de antivalores, promotores de la violencia, la pornografía, la mentira, la alienación cultural, la manipulación política, en fin catalizadores del deterioro socio cultural. Importante mención merece la publicidad la cual es una legítima forma de promover la venta de bienes y servicios, sin embargo desvía sus fines cuando instrumentaliza al hombre y a la mujer, convirtiéndolos en meros objetos, engaña a los compradores, manipula y miente.

"Las estructuras y las políticas de comunicación y distribución de la tecnología son factores que contribuyen a que algunas personas sean ricas de información y otros pobres de información, en una época en que la prosperidad y hasta la supervivencia dependen de la información. De este modo los medios de comunicación social contribuyen a las injusticias y desequilibrios que causan ese mismo dolor que después como información” (Compendio de la DSI Nº 561). “En la promoción de una auténtica cultura, los fieles laicos darán gran relieve a los medios de comunicación social, considerando sobre todo los contenidos de las innumerables decisiones realizadas por las personas “ (Compendio de la DSI Nº 560).


Salvaguardar el Medio Ambiente. Compromiso con la Madre Tierra

“Y vio Dios que era Bueno” señala el libro del Génesis al presentarnos la Creación como obra maestra, templo sagrado donde habita la Vida, la cual debe ser multiplicada, cuidada y defendida, para el bien de toda la humanidad (Cf. Gn 1, 12).

El hombre y la mujer además de ser la obra más perfecta de la creación (Cf Salmo 8) son Co-creadores y tienen la responsabilidad de transformar los frutos de la naturaleza en bienes y servicios que contribuyan a su desarrollo integral, sin depredar ni destruir lo que es un don de Dios.


En su Carta Encíclica Centésimus Annus el Papa Juan Pablo II indica: “La tutela del medio ambiente constituye un desafío para la entera humanidad: se trata del deber, común y universal, de respetar un bien colectivo” (Nº 38).


“La DSI -cita el Compendio en el numeral 481- invita a tener presente que los bienes de la tierra han sido creados por Dios para ser sabiamente usados por todos: esos bienes deben ser equitativamente compartidos, según la justicia y la caridad”.
Preocupa a la Iglesia el progresivo y violento deterioro al cual está sometido el medio ambiente, con la contaminación del agua, el aire y los suelos, la tala y la quema indiscriminada y la voracidad de una sociedad de consumo, antiecológica, que destruye a su paso la naturaleza, sacrificándola en aras de un falso desarrollo.



Una mención especial amerita el tema indígena: “La relación que los pueblos indígenas tienen con la tierra merece una consideración especial: se trata de una expresión fundamental de su identidad” (Juan Pablo II a los pueblos autóctonos del Amazona. 1980).


En defensa del Ambiente, una voz clama en el “desierto":

“La actual crisis ambiental afecta particularmente a los más pobres, bien porque viven en tierras sujetas a la erosión y a la desertización, están implicados en conflictos armados o son obligados a migraciones forzadas, bien porque no disponen de los medios económicos y tecnológicos para protegerse de las calamidades” (Compendio de la DSI Nº 482).


“La Humanidad de hoy, si logra conjugar las nuevas capacidades científicas con una fuerte dimensión ética, ciertamente será capaz de promover el ambiente como casa y como recurso, a favor del hombre y de todos los hombres; de eliminar los factores de contaminación; y de asegurar condiciones de adecuada higiene y salud tanto para pequeños grupos como para grandes asentamientos humanos” (Juan Pablo II. Discurso en Congreso Internacional sobre Ambiente y salud. 1997).


“La técnica podría constituirse, si se aplicara rectamente, en un valioso instrumento para resolver graves problemas, comenzando por el del hambre y la enfermedad".
(Juan Pablo II: Discurso a la Pontifica Academia de las Ciencias. 1981).

“Las consideraciones del Magisterio sobre la ciencia y la tecnología en general se extienden también en sus aplicaciones al medio ambiente y a la agricultura. La Iglesia aprecia las ventajas que resultan del estudio y de las aplicaciones de la biología molecular, complementada con otras disciplinas como la genética y su aplicación tecnológica en la agricultura y en la industria” (Juan Pablo II. Discurso a la Pontificia Academia de las Ciencias. 1981).

http://www.unica.edu.ve/mediadores/doctrina_social_de_la_iglesia/index.html

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