martes, 29 de septiembre de 2009



San Agustín de Hipona


SU VIDA


SAN AGUSTÍN :

HOMBRE BUSCADOR DE LUZ Y MENDIGO DE AMOR


Agustín nace en Tagaste (en el norte de África), en el año 354. Su padre, llamado Patricio, era pagano, y su madre, Mónica, era cristiana y será ella quien, con sus constantes oraciones, llevará a su marido y a su hijo a la conversión. Agustín, sin haber sido bautizado, recibe de niño una educación cristiana. Tiene el fuego pasional en las venas, heredado de su padre, y la sensibilidad y la inteligencia de su madre: dos características que lo llevan, siendo adolescente y joven a errores intelectuales y desorientaciones morales. Al comprobar las grandes capacidades intelectuales de su hijo, sus padres se sintieron obligados a darle una formación superior, cosa que pudo hacerse realidad gracias a la ayuda de un benefactor. Fue así como Agustín, después de terminar los estudios elementales y medios, con sólo 17 años fue enviado a Cartago, para dedicarse al estudio de la Retórica.


La lectura del “Hortensio”, de Cicerón, despertó en su alma la sed por el conocimiento de la verdad. Comenzó entonces su larga peregrinación por diversas escuelas y sectas, que fue abandonando porque ninguna de ellas daba una respuesta convincente a sus preguntas. Pasó del maniqueísmo al escepticismo, y de aquí a la filosofía platónica, que le preparó intelectualmente para recibir la luz de la fe. Se hallaba entonces en Roma donde se había establecido en el año 383, por motivos de trabajo. Al año siguiente fue llamado a Milán, para ocupar un puesto como maestro de Retórica. Por entonces ya había muerto su padre, de modo que su madre y sus hermanos le siguieron hasta Italia. Los años de Milán fueron decisivos para la conversión de Agustín. La predicación de San Ambrosio, con su exégesis alegórica, le hizo descubrir las grandes verdades encerradas en la Sagrada Escritura, a la que hasta entonces había tenido en poca consideración porque su estilo literario le parecía muy pobre en comparación con el de los grandes escritores griegos.


El golpe definitivo lo recibió mientras meditaba en el jardín de su casa, cuando al abrir las Escrituras obedeciendo a la voz de un niño que cantaba tolle, lege (“toma y lee”), tropezó con el texto de San Pablo a los Romanos (13, 13-14) en el que el Apóstol invita a dejar de una vez el hombre viejo para revestirse de Cristo. Inmediatamente se trasladó a la hacienda de un amigo suyo, para prepararse bien al Bautismo, que recibió en la Vigilia Pascual del año 387. Desde ese momento, decidió dedicar todas sus energías al servicio de Dios y regresó a su patria. Durante el viaje, en Ostia, falleció santamente su madre, por lo que Agustín, de vuelta a Tagaste, en unión con un grupo de amigos, comenzó una vida de tipo monástico. Pero la Providencia tenía otros planes. En el año 391, inesperadamente, el Obispo Aurelio y el pueblo de Hipona le exhortaron a recibir el sacerdocio. Agustín condescendió. Cuatro años después, el mismo Aurelio lo consagró como obispo y sucesor suyo. Su actividad episcopal estuvo en gran parte dirigida a defender la fe contra diversas herejías, como el maniqueísmo, el donatismo y, al final de su vida, el pelagianismo.


Para combatir estos errores redactó sus más grandes tratados. Además, aplicó su preclara inteligencia al estudio de otros dos grandes temas (la vida íntima de Dios y el sentido profundo de la historia), dando origen a los tratados de Teología y Filosofía sobre “La Trinidad” y “La Ciudad de Dios”. En las “Confesiones” nos ha dejado una autobiografía que constituye una plegaria de agradecimiento a Dios. “Los Soliloquios” constituyen una encendida conversación del alma con su Señor. La influencia de San Agustín en la historia del pensamiento ha sido enorme. Pero, sin dejar de ser nunca un gran pensador, lo que ocupó verdaderamente su vida fue la labor de las almas. San Agustín es ante todo un Pastor, que se siente y se define como “siervo de Cristo y siervo de los siervos de Cristo”, y lo vive en sus consecuencias extremas: plena disponibilidad para el servicio de los fieles, oración constante por ellos, amor a los que están en el error, aunque éstos no lo quieran o incluso le ofendan... Este aspecto de su personalidad se refleja admirablemente en las homilías, fruto de su ininterrumpida predicación durante casi cuarenta años.


La biblioteca de Hipona debía conservar muchísimas, quizás tres o cuatro mil, de las que una gran parte, probablemente sin revisar por el autor y sin publicar, se han perdido. Sus homilías son de un gran contenido, pues abarcan todos los temas de la doctrina y de la vida cristiana, y sirven de comentario a sus grandes obras dogmáticas y exegéticas. Constituyen un modelo de argumentación, clara y profunda, vivaz e incisiva, que tiene la virtud de poner al pueblo cristiano en contacto inmediato con las escenas del Evangelio, de las que se extrae siempre una aplicación práctica para la vida diaria. San Agustín murió el 28 de agosto del año 430, en Hipona, cuando los vándalos se encontraban a las puertas de la ciudad. La muerte le encontró, como siempre, ocupado en el cuidado de su grey y en la defensa y exposición de la fe católica.


OBISPO
SAN AGUSTÍN, OBISPO


DOCTOR DE LA IGLESIA
SAN AGUSTÍN, DOCTOR DE LA IGLESIA

ALGUNOS PENSAMIENTOS
ALGUNOS ESCRITOS

1. "Vete al Señor mismo, al mismo con quien la familia descansa, y llama con tu oración a su puerta, y pide, y vuelve a pedir. No será Él como el amigo de la parábola: se levantará y te socorrerá; no por aburrido de ti: está deseando dar; si ya llamaste a su puerta y no recibiste nada, sigue llamando que está deseando dar. Difiere darte lo que quiere darte para que más apetezcas lo diferido; que suele no apreciarse lo aprisa concedido". Sermón 105 2. "Vergüenza para la desidia humana. Tiene Él más ganas de dar que nosotros de recibir; tiene más ganas Él de hacernos misericordia que nosotros de vernos libres de nuestras miserias". Sermón 105 3. "La oración que sale con toda pureza de lo íntimo de la fe se eleva como el incienso desde el altar sagrado. Ningún otro aroma es más agradable a Dios que éste; este aroma debe ser ofrecido a él por los creyentes". Comentario sobre el Salmo 140 4. "Si la fe falta, la oración es imposible. Luego, cuando oremos, creamos y oremos para que no falte la fe. La fe produce la oración, y la oración produce a su vez la firmeza de la fe" Catena Aurea 5. "Cuando nuestra oración no es escuchada es porque pedimos aut mali, aut male, aut mala. Mali, porque somos malos y no estamos bien dispuestos para la petición. Male, porque pedimos mal, con poca fe o sin perseverancia, o con poca humildad.


Mala, porque pedimos cosas malas, o van a resultar, por alguna razón, no convenientes para nosotros". La ciudad de Dios, 20, 22 6. "Puede resultar extraño que nos exhorte a orar aquel que conoce nuestras necesidades antes de que se las expongamos, si no comprendemos que nuestro Dios y Señor no pretende que le descubramos nuestros deseos, pues él ciertamente no puede desconocerlos, sino que pretende que, por la oración, se acreciente nuestra capacidad de desear, para que así nos hagamos más capaces de recibir los dones que nos prepara. Sus dones, en efecto, son muy grandes y nuestra capacidad de recibir es pequeña e insignificante. Por eso, se nos dice: Dilatad vuestro corazón". Carta 130, a Proba 7. "Con objeto de mantener vivo este deseo de Dios, debemos, en ciertos momentos, apartar nuestra mente de las preocupaciones y quehaceres que de algún modo nos distraen de él, y amonestarnos a nosotros mismos con la oración vocal; no vaya a ocurrir que nuestro deseo comience a entibiarse y llegase a quedar totalmente frío, y, al no renovar con frecuencia el fervor, acabe por extinguirse del todo" Carta 130, a Proba 8. "Lejos de la oración las muchas palabras; pero no falte la oración continuada, si la intención persevera fervorosa.


Hablar mucho en la oración es tratar una cosa necesaria con palabras superfluas: orar mucho es mover, con ejercicio continuado del corazón, a aquel a quien suplicamos, pues, de ordinario, este negocio se trata mejor con gemidos que con discursos, mejor con lágrimas que con palabras". Carta 121, a Proba 9."Haz tú lo que puedas, pide lo que no puedes, y Dios te dará para que puedas" Sermón 43, sobre la naturaleza y la gracia . 10. "Si vas discurriendo por todas las plegarias de la Santa Escritura, creo que nada hallarás que no se encuentre y contenga en esta oración dominical (Padrenuestro)" Carta 130, a Proba



ORACIÓN
¡Oh lumbrera refulgente de la Iglesia de Dios!
Pide para nosotros algo de esa luz esplendorosa
que te sacó de la sima del error y del vicio,
para que también nosotros veamos
la antigua hermosura de Dios, siempre nueva,
y viéndola, la amemos, y amándola,
gocemos de ella sin fin.

Amén.

I.- Primeros años


13 de noviembre del año 354. Aurelio Agustín nace en Tagaste. Este pequeño pueblo está situado al Norte de Africa y hoy se le conoce por Souk-Ahras. Patricio, su padre, desea que comience a estudiar cuanto antes. A su sufrida madre, Mónica, sin embargo, le interesa que conozca la fe cristiana.


II.- Agustín Estudiante

Hasta los once años Agustín permanece en Tagaste y asiste a la escuela del pueblo. El escaso interés que demuestra por ir a la escuela y el temor al castigo se entrelazan con su forma de ser alegre. En estos años todos le consideran un niño revoltoso y travieso. -"No voy a ser menos que mis amigos"- piensa Agustín.

Su padre emplea su dinero de pequeño propietario para que se traslade a Madaura, ciudad situada a unos 28 klms. y complete allí sus estudios. En esta ciudad el estudio le resulta un poco más tolerable. Eso sí, aborrece el griego, pero lee a escritores latinos como Cicerón.

Sus problemas comienzan a los 15 años. Ha terminado la segunda etapa de estudios en Madaura y regresa a Tagaste. Patricio y Mónica desean que siga estudiando y con sus ahorros y la ayuda de un amigo rico del pueblo le envían a Cartago a terminar su preparación. Algo más alejado de sus padres -196 klms.- Agustín comienza a vivir y disfrutar. Sus preocupaciones son el teatro, los baños y el sexo. Al cumplir los 17 años ya comparte su vida con una chica de su edad. Fruto de estas relaciones será su hijo Adeodato. No obstante, él espera colocarse pronto como profesor para estabilizar estas relaciones. Pero este mismo año, 371, muere su padre. Ante este acontecimiento el muchacho apasionado comienza a ser consciente del gran sacrificio que han realizado sus padres para que él se construya un futuro. Muchos empiezan a considerarle "un joven prodigio". Lo cierto es que su manera de ser y sus lecturas le van configurando como una persona inteligente e inquieta. También entra a formar parte de una secta: los Maniqueos.

III.- Agustín Profesor

Agustín regresa a su pueblo como profesor de Gramática a los 19 años. Es un buen profesor y también un excelente Maniqueo. Tagaste le queda pequeño y cuando muere un amigo suyo se marcha de nuevo a Cartago a enseñar Retórica, ya que no puede soportar la pena de su ausencia. Le acompañan algunos de sus alumnos de Tagaste. En estos años sigue leyendo mucho. También escribe poesía y en varios certámenes consigue algunos premios. Aunque solo tiene 26 años, publica su primer libro.

El año 383 Agustín decide ir a Roma. Busca alumnos más formales y también desea ganar más dinero. Pero, sobre todo, su aspiración es triunfar en la Capital del Imperio. Allí consigue abrir una escuela. Pero, al año siguiente marcha a Milán. Ha ganado por oposición y con alguna influencia de los Maniqueos, la cátedra de Retórica de esta ciudad. Mónica, su madre, va con él. Desea que su hijo se convierta al cristianismo.

IV.- Agustín Amigo

En Milán el "profesor africano" comienza a visitar asiduamente la Catedral atraído por la fama del Obispo Ambrosio que es un gran orador. Pero las palabras de Ambrosio día tras día van resquebrajando su inquietud constante en busca de la verdad. Por éste y otros factores, se encuentra en esta disposición cuando se entrevista con Simpliciano, Ponticiano y otros cristianos que han dejado todo por seguir a Dios. Y será una meditación constante, la paz de un jardín y unas palabras de la Biblia ("No en comilonas ni en borracheras... sino revestíos de Nuestro Señor Jesucristo" Rom 13, 13) quienes le den otro empujón, y éste ya definitivo para convertirse en un hombre nuevo. "Brilló en mí como una luz de serenidad", escribirá en sus Confesiones. Tiene 32 años. Su ideal va a ser a partir de ahora conocer a Dios para amarle. Continúa dando clases pero ya ha decidido abandonar la enseñanza. Y así lo hará al finalizar el curso. Inmediatamente se retira con sus amigos a una finca que les han dejado en Casiciaco. Y en este lugar de descanso reflexiona, escribe y comparte con sus amigos la preparación para el bautismo. Todos conviven como si fueran una sola persona que está orientando sus pasos hacia Dios. Al llegar la Pascua de este mismo año, 387, Agustín recibe el bautismo de manos de Ambrosio.



V.- Agustín Monje

Muy pronto Agustín siente deseos de volver a su patria. Embarca. Pero incluso la espera en el puerto de Ostia, cerca de Roma, se le hace insufrible. Además, su madre -la mujer de su conversión- muere allí. Ahogado por el dolor se dirige a Roma y se dedica a visitar monasterios de monjes ya que él mismo tiene decidido fundar alguno.

Por fin llega a Tagaste. Lo primero que hace es repartir su herencia entre los necesitados y funda un monasterio donde va a convivir con los amigos que le han acompañado. Ahora su único plan de vida es la oración y la convivencia con los monjes. Sin embargo pronto pasará a ser el consejero de todo el pueblo. Recibirá cartas de Italia, España, Africa,... Todos desean recibir su consejo. Este mismo año, 388, sufre la muerte de su hijo que vivía con él.



VI.- Agustín Obispo

Pasan tres años. Agustín realiza un viaje a Hipona con intención de visitar a un amigo y traerlo a su monasterio. Pero es él quien se queda allí ante la petición de Valerio -el obispo- y la gente del pueblo. Desde este momento su actividad cambia. Comienza a predicar y administrar sacramentos. Incluso dedica un tiempo a la preparación y adaptación de sus conocimientos a estas nuevas tareas. Pero necesita monjes amigos junto a sí y decide fundar otro monasterio en un jardín que le deja el obispo. Valerio le consagra obispo auxiliar por temor a que se lo lleven a otro lugar y Agustín comienza a llamarse "de Hipona". Un año después será obispo de la ciudad a los 42 años.


VII.- Agustín Fundador

Ahora tiene que desempeñar todo tipo de trabajos: juez, limosnero, consejero,... Pero su actividad como fundador de nuevas comunidades no decrece. Ve con alegría cómo a sus mejores monjes, Alipio, Evodio, Posidio y Bonifacio se llevan obispos a otras ciudades africanas. Viaja, lee, escribe. Hacia el año 398 aparecen "Las Confesiones", dos años después comienza el "Tratado sobre la Trinidad", en el 413 inicia la "Ciudad de Dios. Se enfrenta también en una polémica seria con Donato y los donatistas defendiendo que Cristo es el autor de los Sacramentos y no depende su eficacia de la santidad del sacerdote que los administra. Así ocupa 35 años de su vida.



VIII.- Agustín Santo

Pero a los 76 años, cuando Genserico cerca Hipona, Agustín deja sus libros y sus discusiones en favor de la fe para retirarse a la Paz de Dios. Es el 28 de agosto del año 430. Agustín, rodeado de amigos, entrega su vida a su mejor Amigo: Dios.



SAN AGUSTIN Y LA CIUDAD DE DIOS

Al igual que todos los libros de San Agustín, La Ciudad de Dios, fue escrito para responder a una necesidad determinada, contrarrestar las acusaciones contra el cristianismo. En cierto modo, esta obra es un símbolo sobre las relaciones entre el estado y la comunidad fundada bajo los principios cristianos.


San Agustín nos propone en ella, un hombre de dos ciudades, en cierto modo manteniendo el dualismo Platónico. Sin embargo, este problema es bien conocido para los primeros cristianos que, debían convivir en un imperio , muchas veces hostil a la práctica de su religión, tratando de conciliar con escasos resultados su vida espiritual y su vida política. Frente a la opción, el cristiano prefería los goces futuros en el Reino de los Cielos a las promesas de la sociedad civil, existía un contraste marcado entre ambos órdenes, como lógica consecuencia se sigue el natural desapego por las cosas terrenales. El cristiano reconocía los poderes del mundo en tanto el fundamento último de la autoridad estriba en Dios, pero esa lealtad era puramente externa, no había un
vínculo de confraternidad espiritual entre los miembros de ambas sociedades, en sus relaciones con el estado el cristiano se consideraba extranjero, su verdadera "ciudadanía" estaba en alcanzar el reino de los cielos. Esta situación se va a mantener durante largo tiempo, incluso cuando el Imperio Romano adopta como religión oficial el cristianismo.


Según el pensamiento agustino, el pueblo es "una congregación de personas unidas entre si en la comunión de los objetos que aman", por lo tanto el juicio sobre un pueblo deber tener en cuenta cuales son los objetos de su amor. Si la sociedad esta unida en el amor a lo que es bueno, ser una sociedad buena, si los objetos de su amor son malos, ser mala. Aunque los deseos de los hombres parezcan ser infinitos, en realidad pueden reducirse a uno solo. Todos desean la felicidad y todos buscan la paz, todos sus anhelos, esperanzas y temores se dirigen a ese fin; la única diferencia radica en la naturaleza de la felicidad y la paz que se desean, al poder elegir libremente su propio bien, el hombre puede encontrar esa paz subordinando su voluntad al orden divino o someterse a la satisfacción de sus propios deseos, aquí encontramos la raíz del dualismo, en esta oposición entre el hombre que vive para sí mismo anhelando la felicidad material y la paz temporal y el hombre espiritual que vive para Dios y busca la beatitud espiritual y una paz que sea eterna. Estas dos tendencias de la voluntad, dan origen a dos clases distintas de hombres y a dos tipos de sociedad: "dos amores fundaron dos ciudades: el amor propio hasta el menosprecio de Dios, fundó la ciudad terrena y, el amor a Dios hasta llegar al desprecio de si mismo, fundo la Ciudad de Dios.


De esta generalización surge toda la teoría agustina de la historia, puesto que ambas ciudades "han seguido su curso mezclándose una con la otra a través de los tiempos desde el inicio de la raza humana y seguir n de esta manera andando juntas hasta el fin del mundo", recién entonces se
producir la separación entre ambas, con la victoria definitiva de la Ciudad Celeste, pues " el bien es inmortal y el triunfo ha de ser de Dios".


En la última parte de la obra, San Agustín ofrece una breve sinopsis de la historia del mundo considerada según el punto de vista expuesto. Por un lado observa el curso de la ciudad terrena -encarnada en la mística Babilonia- encontrando su expresión más completa en los imperios de Asiria y Roma. Por el otro, reconstruye el desarrollo de la ciudad Celestial desde sus orígenes con los patriarcas, a través de la historia de Israel, la ciudad Santa de la Primera Jerusalén hasta su última manifestación en la Iglesia Católica.


Según San Agustín la raza humana est viciada desde sus orígenes, la vida social est cargada de males hereditarios contra los cuales lucha en vano la voluntad individual, por ello, los reinos del mundo est n basados en la injusticia y prosperan en virtud de los derramamientos de sangre. Contra Cicer¢n, que afirma que el estado descansa en la justicia, San Agustín sostiene que si esto fuera cierto la propia Roma no constituiría un estado puesto que no resulta posible encontrar la verdadera justicia en el orden temporal, el único estado verdadero, desde este punto de vista, sería la Ciudad de Dios. No obstante, el Santo advierte que el estado de fuerza que ha dicho olvidad la justicia no se distingue de una banda de ladrones. Hombres y estados son para él voluntad, pero deben ser voluntad ordenada y sujeta a normas.


Es imposible identificar la Ciudad de Dios con la Iglesia y la Ciudad Terrena con los estados civiles, como han pretendido algunos autores, puesto que en la ciudad celestial no hay lugar para el mal y la imperfección, ambas comunidades son espirituales una de ellas se constituye según la Ley de


Dios mientras que la otra lo hace contra ella. Tanto la Iglesia como el estado podrían pertenecer a una u otra ciudad, sin embargo la Iglesia es el puente entre lo terrenal y lo espiritual, el nexo a través del cual los hombres pueden pasar del tiempo a la eternidad. Este pensamiento en modo alguno implica el desprecio por la Jerarquía eclesiástica, mas bien por el contrario, la Iglesia es representante de la ciudad de Dios en el mundo.


Con respecto a la moral, San Agustín postula la íntima unión entre moral y vida social, la fuerza din mica del individuo y de la sociedad se encuentran en la voluntad que determina el carácter moral, la corrupción de la voluntad por el pecado original de Adán se convierte en un mal social hereditario, al que se le opone como bien social, el restablecimiento de la voluntad por la Gracia de Cristo, transmitida sacramentalmente por la acción de Espíritu Santo, que une a la humanidad en una sociedad espiritualmente libre bajo la ley de la caridad. La Gracia de Cristo sólo se encuentra en la "sociedad de Cristo", lugar donde debió haber tenido origen la Ciudad de Dios. Del mismo modo, la Iglesia es la nueva humanidad en proceso de formación y su historia terrenal representa la construcción de la Ciudad de Dios que tiene su final en la eternidad, de allí que a pesar de todas sus imperfecciones, la Iglesia terrenal sea la sociedad m s perfecta que este mundo puede conocer porque es la única que tiene su origen en la voluntad espiritual, mientras los reinos de la tierra tratan de obtener bienes materiales, la Iglesia, busca los bienes espirituales y una paz que es eterna. El estado puede ser en el peor de los casos, un poder hostil, la encarnación de la injusticia y de la obstinación y en el mejor de los casos, una sociedad perfectamente legítima que est destinada a someterse a una sociedad espiritualmente m s grande y universal.

Es a San Agustín a quien debemos el ideal occidental de la Iglesia como el poder din mico social en contraste con los conceptos estáticos y metafísicos que dominaron el cristianismo bizantino. Bajo el Imperio romano de oriente, al igual que en las monarquías sagradas de tipo oriental, se exaltaba al estado como un poder sobrehumano frente al cual las personas carecían de derechos y la voluntad individual resultaba inoperante, el imperio bizantino mantuvo este concepto del estado, San Agustín rompió esta tradición despojando al estado de su halo de divinidad y buscando el principio del orden social en la voluntad humana.


San Agustín y el niño

Tratar de entender intelectualmente al Tao es como aquella vieja historia que relata que el santo y teólogo Agustín de Hipona (354 – 430) un día paseaba por la playa mientras iba reflexionando sobre el misterio de la Santísima Trinidad. Trataba de comprender, con su mente analítica, cómo era posible que tres Personas diferentes (Padre, Hijo y Espíritu Santo) pudieran constituir un único Dios.

Estando en esas cavilaciones encontró a un niñito que había excavado un pequeño hoyo en la arena y trataba de llenarlo con agua del mar. El niñito corría hacia el mar y recogía un poquito de agua en una concha marina. Después regresaba corriendo a verter el líquido en el hueco, repitiendo esto una y otra vez. Aquello llamó la atención del santo, quien lleno de curiosidad le preguntó al niño sobre lo que hacía:

–Intento meter toda el agua del oceáno en este hoyo –le respondió el niñito.

–Pero eso es imposible –replicó el teólogo– ¿cómo piensas meter toda el agua del oceáno que es tan inmenso en un hoyo tan pequeñito?

– Al igual que tú, que pretendes comprender con tu mente finita el misterio de Dios que es infinito…

Y en ese instante el niñito desapareció.

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«El Tao que puede ser expresado no es el verdadero Tao» (Maestro Lao)

«Si alguien pregunta sobre el Tao y otro le responde, ninguno de ellos lo conoce» (Maestro Chuang)

«Los pensamientos de Dios no pueden ser amurallados. Ninguna mente finita o intelectual puede comprender lo infinito»
(Levi H. Dowling, El Evangelio Acuariano de Jesús el Cristo).

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