Siempre me ha interesado el tema liderazgo y los motivos que hacen que ciertas personas nos llamen la atención, nos atraiga oirlos e incluso nos resulten dignos de admiración, me he dado cuenta de la importancia de la palabra en eso, y mas aún, el como es recibida por sus destinatarios, la diferencia entre un buen orador con el que veradaderamente es capaz de transmitir, encontré interesante el artículo por lo cual se los comparto.
"Cuando tenemos una conversación con otra persona o con un grupo reducido, así como cuando hablamos por teléfono, estamos continuamente emitiendo señales, confirmando que estamos escuchando. Complementando las palabras se produce una corriente continua de señales no-verbales, la mímica de nuestras caras, los gestos y las posiciones de los cuerpos, los sonidos aparentemente insignificantes como el mm, el ajá, etc. Estas señales nos dirigen durante la conversación, y nos ayudan a ajustar el contenido y la forma de lo que estamos diciendo. Nos dan el feedback necesario sobre si el oyente está de acuerdo o no con lo que decimos, si estamos expresándonos claramente, o si el oyente está interesado o no. Cuando salimos al escenario como oradores, las condiciones cambian. De repente estamos enfrentados a una multitud de caras sin mímica confirmativa, y las pausas quedan en el aire sin sonidos de los oyentes para guiar el discurso. De repente estamos hablando en el vacío, en el silencio, y eso puede activar el miedo. En ese silencio se pueden escuchar nuestras dudas y monólogos interiores. Todos tenemos nuestro propio guión de ese monólogo aterrador. Puede ser algo así como: «¿Qué están pensando de mí?», «Van a ver que no estoy suficientemente preparado/a...», «¿Y si descubren que estoy nervioso/a...?», «¿Y si me quedo en blanco...?», etc. Pero detrás de las caras neutrales y dentro del silencio se puede esconder pasión y agrado por lo que estamos comunicando. Muchas veces he hablado al frente de unas caras que parecían desinteresadas y escépticas para luego recibir agradecimientos y elogios. Lo cierto es que la escucha concentrada del público se manifiesta con el silencio y a menudo detrás de caras congeladas.
Transparencia de las emociones
El miedo a ser transparente, el miedo a que «la gente me vea tal como soy» es una paradoja cuando hablamos en público. Muchas veces pensamos que la fórmula para dar un buen discurso se basa en actuar como profesionales, transmitiendo las informaciones de forma organizada, y no sólo eso, sino también manteniéndonos lo más neutrales posible. El secreto es el siguiente: no hay mejor ingrediente para conectar con el público que las emociones. Son las emociones las que nos dan la credibilidad y la habilidad para persuadir a los oyentes e incidir sobre ellos. Aunque pensemos que un buen orador tiene que mantenerse formal, la verdad es que ¡queremos sangre! Cuando explico esto a los estudiantes de los MBA les produce mucha risa, pero poniéndolo en práctica se dan cuenta de lo efectivo que es. Y para usar las emociones efectivamente tenemos que conocerlas y sentirlas.
Un maestro en acción
La atracción del Foro de la Innovación de CIDEM en Barcelona el pasado año fue el orador y gurú de los negocios Tom Peters. Su actuación en el escenario ante un público de 2.400 personas no decepcionó a nadie. Al cabo de unos minutos, su ejecución ya era la propia de un maestro. Y ¿cuál fue la clave para que el público se diese cuenta? Su gestión de las emociones. Empezando con un chiste, como tantos discursos, el público pudo relajarse y aceptar la anécdota. Pero el señor Peters sabe que la anécdota se puede utilizar para algo más que ilustrar su punto de vista. Para él la anécdota es un crescendo; va acumulando motivos para llevar al público a su primera exclamación emocional. Y cuando digo exclamación quiero decir exactamente eso. El método incluye gritos, ¡gritos ensordecedores! Este orador mostró un uso efectivo de las emociones durante todo su discurso. Como olas de energía, cada nueva temática viajaba de un punto tranquilo en voz baja, intensificándose más y más hasta un punto de clímax en voz fuerte y exaltada, con dos frases llamativas: «¡Odio...!» y «¡Quiero...!». El ejemplo es clarísimo. Tom Peters, que ha dado más de 1.000 discursos, sabe muy bien que el uso de las emociones es lo que le permite persuadir y llegar a resultados con sus públicos.
Un baño con uno mismo
Como la situación de hablar en público puede generar bastante estrés, en la etapa de preparación es común que seamos exigentes con nosotros mismos, algunas veces acercándonos al autosabotaje. Nuestro crítico interior se crece en una situación como esta, y las voces exigentes nos mandan investigar más, modelar el contenido y leer el manuscrito una y otra vez. Y claro que es importante preparar el contenido de lo que queremos transmitir, pero a menudo la tarea preparativa que recomiendo es tomarse un baño con uno mismo; es decir, buscar una situación de placer, lo que hacemos para recargar pilas y para conectarnos con nuestros cuerpos y nuestras emociones. Algunos descansan escuchando música, otros haciendo deporte, paseando o mirando su película preferida. Lo importante es que la situación se construya en soledad y que el placer esté garantizado de antemano. No se trata de inventar nuevas formas de disfrutar sino de hacer lo que nos hace sentir mimados, disfrutando de estar con nosotros mismos. Porque en el momento de salir al escenario nuestros cuerpos cuentan la historia de cómo nos sentimos. Y porque nuestro cuerpo y bienestar es lo que usamos para conectar con las emociones que nos dan confianza.
En lugar de considerar las emociones como algo que se tiene que domesticar, es más beneficioso para los oradores considerar las emociones como la riqueza que regala fuerza y matices al discurso. Adoptando esta actitud es posible transformar el miedo en una presencia más brillante y en un discurso más eficaz
El miedo a ser transparente, el miedo a que «la gente me vea tal como soy» es una paradoja cuando hablamos en público. Muchas veces pensamos que la fórmula para dar un buen discurso se basa en actuar como profesionales, transmitiendo las informaciones de forma organizada, y no sólo eso, sino también manteniéndonos lo más neutrales posible. El secreto es el siguiente: no hay mejor ingrediente para conectar con el público que las emociones. Son las emociones las que nos dan la credibilidad y la habilidad para persuadir a los oyentes e incidir sobre ellos. Aunque pensemos que un buen orador tiene que mantenerse formal, la verdad es que ¡queremos sangre! Cuando explico esto a los estudiantes de los MBA les produce mucha risa, pero poniéndolo en práctica se dan cuenta de lo efectivo que es. Y para usar las emociones efectivamente tenemos que conocerlas y sentirlas.
Un maestro en acción
La atracción del Foro de la Innovación de CIDEM en Barcelona el pasado año fue el orador y gurú de los negocios Tom Peters. Su actuación en el escenario ante un público de 2.400 personas no decepcionó a nadie. Al cabo de unos minutos, su ejecución ya era la propia de un maestro. Y ¿cuál fue la clave para que el público se diese cuenta? Su gestión de las emociones. Empezando con un chiste, como tantos discursos, el público pudo relajarse y aceptar la anécdota. Pero el señor Peters sabe que la anécdota se puede utilizar para algo más que ilustrar su punto de vista. Para él la anécdota es un crescendo; va acumulando motivos para llevar al público a su primera exclamación emocional. Y cuando digo exclamación quiero decir exactamente eso. El método incluye gritos, ¡gritos ensordecedores! Este orador mostró un uso efectivo de las emociones durante todo su discurso. Como olas de energía, cada nueva temática viajaba de un punto tranquilo en voz baja, intensificándose más y más hasta un punto de clímax en voz fuerte y exaltada, con dos frases llamativas: «¡Odio...!» y «¡Quiero...!». El ejemplo es clarísimo. Tom Peters, que ha dado más de 1.000 discursos, sabe muy bien que el uso de las emociones es lo que le permite persuadir y llegar a resultados con sus públicos.
Un baño con uno mismo
Como la situación de hablar en público puede generar bastante estrés, en la etapa de preparación es común que seamos exigentes con nosotros mismos, algunas veces acercándonos al autosabotaje. Nuestro crítico interior se crece en una situación como esta, y las voces exigentes nos mandan investigar más, modelar el contenido y leer el manuscrito una y otra vez. Y claro que es importante preparar el contenido de lo que queremos transmitir, pero a menudo la tarea preparativa que recomiendo es tomarse un baño con uno mismo; es decir, buscar una situación de placer, lo que hacemos para recargar pilas y para conectarnos con nuestros cuerpos y nuestras emociones. Algunos descansan escuchando música, otros haciendo deporte, paseando o mirando su película preferida. Lo importante es que la situación se construya en soledad y que el placer esté garantizado de antemano. No se trata de inventar nuevas formas de disfrutar sino de hacer lo que nos hace sentir mimados, disfrutando de estar con nosotros mismos. Porque en el momento de salir al escenario nuestros cuerpos cuentan la historia de cómo nos sentimos. Y porque nuestro cuerpo y bienestar es lo que usamos para conectar con las emociones que nos dan confianza.
En lugar de considerar las emociones como algo que se tiene que domesticar, es más beneficioso para los oradores considerar las emociones como la riqueza que regala fuerza y matices al discurso. Adoptando esta actitud es posible transformar el miedo en una presencia más brillante y en un discurso más eficaz
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